viernes, abril 5

Atomica Flor - German Pardo García


Un día en que los hombres sintiéronse cansados
de la invencible sombra de Dios, y del mar y la tierra;
de las constelaciones conquistadas
y del misterio de los minerales;
del sonido menos veloz que los aviones taumaturgos;
cansados de explorar los mapamundis
con sus colores de jardín naciente;
sin una soledad auténtica
ni un esquivo sendero
para salir a contemplar la tarde;
cansados de sí mismos;
dominadores
y absolutos,
quisieron crear una flor cataclísmica
y ardua,
con un sol fulminante en cada pétalo;
dramáticas raíces,
y una corona inmensa que avanzara,
violando las atmósferas,
aturdiendo los ámbitos,
hasta quemar los cósmicos trigos
y exterminar las estrellas pastoras,
que en el espacio original conducen
rebaños de silencio y de armonía.

Quisieron crear una flor sin la seda de las tibias corolas
que en los esteros viven como ánades,
soñando siempre sueños acuáticos y azules.
Una flor sin la vegetal lujuria amazónica
en los pantanos de color caribe;
amedrentar la selva de agobiadores pumas,
con el peso inaudito de un girasol inhumano;
imponer al peligro del caimán y la hormiga;
de las arenas tembladoras
y el árbol
constrictor,
un terrible mandato.
Crear una flor de tal modo extranjera
en el bosque y el llano, la vereda y el río,
que al sentirla crecer todo quedara
inmóvil;
estrangulados los pulmones verdes
por donde el tierno vegetal respira;
cegados los orígenes del agua;
extenuada la sed;
el árbol paralítico,
y una desolación desconocida
lloviendo sobre todo lo creado.

* * *

Y aglomeraron entonces los más sepultos zumos
de la discordia;
la fuerza total
de los átomos,
y el impulso de la venganza,
que se mueve
con una suave ondulación de ofidio.
Pidieron a las piedras adjetivas
lo más compacto de su dura entraña;
a los sonidos
la gran detonación que contenían;
a los venenos
su demente cáliz;
a la noche
sus negros centauros,
y su delirio aritmético
a los distantes cálculos y esferas.
Y así, con los resúmenes
abstractos y las furias positivas,
detuvieron por un instante la rotación y el movimiento;
represaron las lágrimas que habían fluido libres
desde antes
de los tiempos,
y amasaron la vida con levaduras de la sangre,
para dar
a esa flor
único
ser.

* * *

Y un día de albas torpes y alaridos y estruendos y asaltos;
un día
paupérrimo
y gemebundo,
mientras el hombre cotidiano hacía
ladrillo y cal para su breve casa;
cuando los labradores en los surcos
daban el heno a los capaces toros;
cuando se columpiaba la oropéndola
sobre el clemente valle americano,
allá donde el cerezo con la nieve
celebra al sol elementales nupcias,
se alzó súbitamente, como abortada por el infierno,
danzando en los declives de las tormentas y catástrofes;
como un levantamiento de esmeraldas bélicas,
satánicos diamantes,
coléricos topacios
y bárbaros zafiros,
la atómica
flor.

* * *

Atemorizadas las criaturas humillaron la frente
y hubo estupor en el activo mundo.
Los velos del altar se apresuraron
a defender la luz de las custodias.
La soledad cayó despedazada
bajo la esclavitud de los tumultos.
Los ángeles doblaron las alas victoriosas
como al pie de los monumentos funerales.

La noche tuvo luz como el más poderoso de los días.
Cesó la brisa de existir como antes.
Los insepultos cuerpos desfilaron
con ritmo de brumosos batallones.
Fraternizaron las amargas fieras,
y el león anunció con un rugido
el fin
de su imperio.


* * *

Todo fue inerme ante la flor atómica,
sostenida por un tallo marítimo
de hirvientes espumas,
escamas de peces
y cadáveres de madréporas.
Palmera de abanicos gigantescos,
abrió, ruda y feraz, híbridas ramas.
Al descender incandescentes frutos,
cayó el templo invicto y cayeron la torre más alta
y la virtual columna.
El pulpo fue impelido a las orillas
como espectro inorgánico.
Un águila, incendiándose,
fue devorada por la torre líquida,
ola vertical
y taladro oceánico.
Se hundió el acorazado y sus banderas
con laureles de múltiples combates,
y en longitud
y latitud
extremas,
quedó
solamente,
la deidad implacable coronada
por círculos de arcanos electrones;
puntas de rayos;
luz de sepulcros,
y ordenadora de la nueva angustia.

* * *

Y una voz escapada de millones de formas y lenguas
ardientes
ascendió para darle un nombre eterno:
Hiroshima.

Una estepa habitada por espíritus suplicantes:
Hiroshima.

Un sitio en donde esperan al viajero torvos signos:
Hiroshima.

El vacío más próximo a los seres:
Hiroshima.

La negación que nunca se destruye:
Hirosima.

La podredumbre sobre los dinteles:
Hiroshima.

La justicia pesando en las balanzas:
Hiroshima.

La síntesis mortal de las derrotas:
Hiroshima.

Y así quedó en las cuevas más profundas resonando:
Hiroshima.

Y así quedó en los ojos de las gentes y los brutos escrito:
Hiroshima.

Y así quedó en los mares y en las nubes escrito:
Hiroshima.

* * *

Esa flor homicida preside inexorable nuestros actos.
Si abrimos la ventana familiar por donde llega el horizonte,
la vemos elevarse, multicolor y ambigua.
Nos acecha desde el sitial de acero
donde su pompa y su rencor erige.
Circula imperceptible por la vigilia y por el sueño,
dando unidad a las contricciones,
y la encontramos en nuestra mínima esperanza
y en nuestro máximo abandono,
mientras los pueblos huyen como exhaustos bisontes,
entre el color de la tiniebla verdaderamente nocturna.

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